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El reflejo de una realidad interior: Liliana Loredo

María Teresa Palau


 

Redes

Liliana Loredo concibe su obra como una manifestación de sus ideas y sus emociones, tanto en sus autorretratos, como en personificaciones que constituyen giros de una puesta en escena, donde hay una voluntad de lucha contra el idealismo, para no encubrir lo real. De este modo, los desnudos masculinos son el fruto de una contemplación furtiva y los cuerpos son paisajes, en atmósferas que reverberan, donde ella es al mismo tiempo intérprete y artista.


Actualmente el cuerpo es considerado como el reflejo de la personalidad. El color de la piel reafirma esa expresión, porque influye en la idea de desdoblamiento del propio yo en el color. La textura y la forma también son parte de un todo y es así como un artista coincide en el encuentro con su imagen, donde surgen las ideas más profundas.


Las figuras aparecen cargadas de vivencias que acercan al espectador a lo estético, pero al mismo tiempo sugieren lo prohibido, lo tabú, al mostrar la luz que define la forma y pone ante sus ojos el poder del color. Su significado lo implica porque en esencia, las imágenes se organizan en función de sus miradas.


La cercanía y la congruencia entre la imagen en el espacio y el lenguaje corporal, así como la desaparición de la perspectiva y la representación de roles, sólo pueden interpretarse como el poder de la imaginación, que lleva a la auténtica expresión del “yo”. Es, en cierto modo, una garantía de la autenticidad de la obra, entendida ésta como la relación entre la artista y su vida.


Liliana Loredo es radical y busca desde el principio la implicación del espectador y la integración de la identidad. Por ello, sus obras parecen ser referentes del yo y de su vida emocional. Son variaciones de un mismo tema: la realidad del rostro y la realidad del cuerpo.


Así sus diferentes concepciones no dependen de otros factores más allá de su propia voluntad. Allí está la búsqueda de la verdad, porque la certeza depende del conocimiento de sí misma y lo demuestra con el compromiso con el cual las realiza. No son un culto a la personalidad, ni una amenaza a su propia identidad. Más bien son el reflejo de su visión interior.


Por otra parte, la realidad de la imagen se distorsiona, dependiendo del movimiento, distancia y ángulo, con distintas incidencias de la luz. Así las conecta con la realidad y pueden ser percibidas de diferentes maneras. El efecto de la figura radica en su sentido, porque el enigma surge cada vez que intentamos una evocación. Liliana integra formas artísticas que son esencialmente una pregunta.


La construcción de una imagen sensual agrega a lo erótico y lo poético, aquello que va más allá de la destreza, del dominio y la exigencia de la técnica. Está ahí en la idea de fundir el arte y la vida, donde hay una perspectiva estética. Pinta y dibuja desnudos que producen reacciones en el espectador quien percibe la obra, de la misma manera con la que observa su propia vida. Las figuras viven, pero esa noción por sí sola no describiría el repertorio de expresiones de sus obras, que exigen un entendimiento. No produce confusión y tampoco una contradicción, solamente una reacción que permite interactuar, tanto con la forma, como con su contenido y así provoca la reflexión sobre la realidad del espacio profundo, el vacío como representación del infinito.


Liliana Loredo construye símbolos de seducción y los reproduce en un espacio preciso, ahí donde se desenvuelven las relaciones. Al definir el carácter de cada imagen deja entrever el Eros, con un sistema de líneas y formas que separan el deseo de su representación sensual, son todas metáforas.
Eros y Tanathos son fuerzas que subsisten y buscan la centralidad, exploran la relación amorosa para devolverle a Eros la existencia. En este sentido, Octavio Paz refiere a la mitología griega La llama doble (Amor y erotismo, 1993), donde Eros representa la fuerza de atracción de los elementos primordiales…

 San Luis Potosí, enero, 2022.

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